Machoinmune

Maru Figueroa

Me hice guitarrista y a la par, machoinmune.

Durante todo lo que duró mi carrera universitaria fui la única mujer de la promoción. Todos los jueves era día de juntada con lo vago. Porrón y musica clásica, un solo corazón. Nunca me molestó ser la única. Me sentía uno más. Me trataban bien. Normal. Como a cualquier otro flaco.

Una vez viaje a mar del plata para un seminario. De un total de 30 y pico éramos 2 mujeres. Me pareció increíblemente desproporcionado. Nunca éramos tantas. Yo siempre era la única. En esa ocasión además estaba la hija del maestro organizador, que era y es mi amiga. Fiesta, sumábamos 3 y teníamos una habitación aparte, en la casa principal de la vieja estancia La Armonía. Sin embargo, lo divertido sucedía en la otra casa, donde se alojaban los pibes. Asi que, allá íbamos, obvio, a participar de las guitarreadas nocturnas. Pero mi ocasional amiga se iba a dormir temprano, porque ella concursaba y como yo no, ahí me quedaba, trasnochando entre puras bolas hasta que caiga el último cadáver.

El panorama se repitió durante años con menos variantes que paisaje desértico. La paz, bolivia. 40 hombres, una mujer. Yo. Por suerte siempre perdía. Entonces me quedaba tiempo de pasear o hacer alguna otra cosa y tomarme una birra con los pibes. A mi no  molestaba ser la única. Tampoco me parecía una proeza. Simplemente era. Así era. Ser guitarrista era andar entre hombres. Además yo era machoinmune, así que todo bien. Ninguno me iba a avanzar ni nada, porque yo era como uno más. O sea, que quede claro, yo era hermosa y además tocaba muy bien la guitarra, pero encima era copada. Tomaba del pico, me reía de todos los chistes y hablaba que era una cloaca. Bueno, casi nada de eso cambio, pero en ese momento eso me daba seguridad. Me hacia machoinmune. Hacía que no tuviera miedo o no me importara o al menos no demostrara que me daba miedo. Un hombre siempre es un peligro potencial para una mujer, pero yo podia andar entre muchos, los tenia a todos a raya, ninguno se iba a meter conmigo. 

Así por años. No importaba el numero total, entre guitarristas era siempre la única. O al menos la única copada, la que se juntaba con los machos y podía tocar y tomar a la par. Sorori… qué??? Lamadrid. Injustamente no recibí una mención porque mi guitarra estaba un poquito desafinada. Había tocado mejor que nunca. El jurado estaba compuesto por dos de las únicas 3 mujeres de renombre en la guitarra clasica latinoaméricana de entonces. Nos tomamos como once mil porrones en un banco de plaza con lo vago, problema olvidado. La paz, Galas del río. Eramos poquitos y formamos la “familia del albergue” porque ahí nos alojábamos, en el Poli, todos en la misma pieza. Hacíamos las compras, cocinabamos y comíamos juntos. A mi me bautizaron “la mami” o mas cariñosamente “la ma”. Todavía le digo mi niño a un amigo que hice allá. Me pedían permiso para todo, como si de verdad fuese su mamá. Era otra manera de ser machoinmune, que clase de tarado se va a meter con su propia madre? Y que nadie se atreva, a tocar a mi vieja. 

Femusc, santa Catarina, en Brasil. La primera vez que pegue onda con otras chicas, medio forzosamente porque eramos 500 estudiantes, y nos alojaban en escuelas por separado a hombres y mujeres. Pero guitarristas, cero. Todavía un mar de bolas y a mi me dieron la primera guitarra del ensamble. Como que ser la única por ahí garpa también… si haces las cosas bien, te reconocen y hasta podes comandar la tropa, si haces las cosas bien, claro… pero no es eso lo que queremos? Hacer las cosas bien, aunque seamos mujeres. 

No hace mucho, era la única mujer en un ensamble de 18 músicos. Hicimos varios toques importantes. En el camarín de canal 7, uno de ellos, en broma, cerró la puerta encerrando a todo el grupo y dijo, bueno, maru, ahora si, te toca! Duplicados por las paredes de espejos eran mucho más de 18. No había ni tiempo de que se descontrole, pero si hubo tiempo de dudar… otro saltó y puso las cosas en claro, pero si estás entre nosotros, vos sos uno más, es una joda. Yo tenía dos sobrenombres en ese grupo, según el caso: la dama y el amigo Maru. Por suerte ahí fui el segundo. Machoinmune. Este traje me salvó varias veces y me ayudó a transitar, a formarme y moverme en un mundo de hombres.

Recopilé varios elogios de gente bien educada, como “vos tocas, bien, tocas fuerte… como hombre” o… “Qué se iba a imaginar don Edmundo que iban a tocar así de bien su chamamé..? Y en una guitarra… y encima una mujer!” y otras cosas por el estilo. 

Me encantaría prescindir para siempre de esta piel machoinmune. A veces me la vuelvo a poner y no sólo cuando la manada de machos me supera en número. Con uno solo basta. Con que una sola cosita, una palabra, una mirada, algo dicho de cierta forma, traspase el umbral y encienda la alarma que me recuerda que soy mujer y estoy sola y vulnerable frente a un hombre alcanza para activar el modo machoinmune. Y ahí se va la sinceridad a la mierda, la situación ya es otra. No soy solo yo, soy yo adentro del traje superheroína machoinmune. 

A veces pienso, qué boluda, me creía mil. Otras pienso, bueno, no tenia idea. Por ahí, hasta ni había forma de tener idea, cuando femicidio y patriarcado no existían como palabras o al menos no se las nombraba en la tele ni en facebook.