Entre las hojas chiquitas del espinillo se cuela esa luz que entristece y reconforta a la vez. Hundo los pies en la arena caliente y blanca del arroyo. Siento el olor de la tierra que se apronta para la lluvia.
Para mí la guitarra es un estado de inmersión interna que me lleva a esa escena amarilla y cálida. El agua siempre presente.
El monte cerrado, espinoso. Todo ese paisaje se respira en la música folklórica que elijo. La cordeona de Dimotta me trae la polvareda de las bailantas y la ribera solitaria.
El sonido rudo y agreste de Edmundo Perez pinta la selva de montiel o el Paraná bravío. Los estilos de Maciel perfuman con la delicadeza del aromito.
Busco condensar en una guitarra sola todas esas imágenes, todas esas sensaciones. Y si compongo algo nuevo, siempre está teñido de algo viejo.
Estas músicas me nutren, me habitan. Me traen sosiego.